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lunes, 17 de octubre de 2011

Cuando el roble se enfermó...


Mi Tita siempre fue un roble, fuerte y valiente cartaga que, aún a los 80 años, era capaz de tumbarle los dientes a cualquier insolente que osara responderle de mala manera.

Aprendió desde muy joven a valerse por sí misma y a no aguantar nada de nadie.

Tal vez porque tuvo que trabajar en San José desde los nueve años, en casas de gente popof, para mantener a su mamá y a sus hermanitos (después de la muerte de su papá)… o quizás porque le tocó sacar adelante, sola, a diez hijos, después de patearle el rabo a un par de inútiles caballeros que los maltrataban más de lo que ayudaban… lo cierto es que mi abuelita tenía un carácter fuerte, decidido y luchón, tal vez un poco agresivo (decía la gente) pero esa no fue la Tita que yo conocí…. La mía era dulce y chineadora… o al menos conmigo lo era… no podrían afirmar lo mismo mi hermana, mis tíos o mis primos… muchos de ellos aún llevan una de sus dulces caricias encima jajaja no recuerdo ni una vez en la que haya tenido que darme un “pequeño correctivo”.

En mi niñez siempre fuimos inseparables, a donde Tita fuera ahí andaba yo como llaverillo; ya con el paso del tiempo otras obligaciones y responsabilidades me entretenían, pero, aunque viviera aparte,  la casa de Tita seguía siendo mi casa.

Un día mi roble enfermó… cáncer de estomago el diagnóstico, menos de seis meses de vida la sentencia….

Por decisión de la familia no le dijimos nada, en lo que ha ella concernía tenía una úlcera que le estaba dando lata… y es que no había nada que hacer (al menos eso dijo el doctor), lo único era hacer sus últimos días lo más confortables posible.

Si la veías a simple vista la señora era la misma, no tenía ningún síntoma, a no ser un poco de agruras extra y algo de pesadez en el estómago, pero ella seguía haciendo su vida normal.


Poco a poco fue disminuyendo las cosas que quería comer, todo le caía pesado; entonces empezó su afición por las cosas frías.

Podías verla en cualquier momento con una bandejita con cubitos de hielo o fruta congelada. Ya para ese entonces yo estaba trabajando, entonces el día de pago trataba de comprarle helados Delactomy, que eran más livianos, los cuales ella agradecía vaciando el tarro. Otras veces le mandaba con mami panes ricos o almojábanas del Samuelito, eso siempre le gustaba.

Hasta el momento yo no había llorado, ni aún el día que me dieron la noticia, tal vez estaba en un estado de negación porque la veía tan bien…

El día de su cumpleaños hice una pausa en mis carreras para llamarla y recordarle que sin falta el fin de semana la iba a visitar. Cuando me contestó le dije sin pensar: “Tita feliz cumpleaños, que cumpla muchos años más”… y mi voz se cortó… solo podía escuchar a mi Tita del otro lado del teléfono llenándome de bendiciones, mientras yo, tirada contra la pared, me tapaba la boca con la mano para que mi Tita no me escuchara llorar… fue hasta ese momento que comprendí que para mi Tita no habrían más cumpleaños… y nunca más le podría decir esa dichosa frase…

Los meses pasaron y la salud de Tita empezó a deteriorarse, los chineos cambiaron de cosas ricas para comer a las mejores pastillas para el dolor, para las nauseas, para el vómito… la cuenta de la tarjeta de crédito subía y subía, pero no me importaba…. Solo quería que ella estuviera cómoda…

A pesar de todas las molestias y el dolor mi Tita nunca se quejó, durante toda su enfermedad nunca dijo que le dolía ni que necesitaba algo, nosotras teníamos que adivinar o consultar con el doctor como ayudarla.

En una de tantas crisis, mi prima tuvo que correr con ella al hospital para que la estabilizaran. Yo, sin saber que había empeorado, sentí una angustia terrible en mi corazón y empecé a llamar (estaba trabajando)… me desesperé terriblemente porque nadie contestaba… ahí siempre había alguien: una prima, alguna de mis tías o mami… pero no había quien alzara el teléfono.

Se me hizo eterno el camino a casa, cuando llegué mami me contó lo que había pasado, no se sabía nada, solo que estaba en el hospital. Parecíamos león enjaulado, de un lado para otro alrededor del teléfono esperando noticias. Cuando por fin mi tío llamo nos dijo que le habían dado la salida, que ya estaba en la casa.

Sacamos el carro, y los cuatro kilómetros que nos separaban se fueron como humo. Subí las gradas presurosa, entré al cuarto de Tita, la vi sentada en su cama y lo único que acaté fue meterme en su rincón y abrazarme fuertemente a su regazo.

Todos me miraban extrañados… mi Tita solo acariciaba mi cabeza mientras seguía conversando de lo bien que ya se sentía.

No tengo que decirles que paso mucho rato antes de que me despegara del regazo de mi Tita… ese regazo que siempre me daba paz, serenidad… mientras pudiera abrazar a mi Tita y sentir su mano sobre mi cabeza todo iba a estar bien.

Tita era tan fuerte y siempre fue tan sana que sobrepasó las expectativas de los doctores, y a los seis meses  pronosticados se le unieron otros seis. Aunque agradecíamos el tiempo extra que Dios no la prestaba, era duro verla cada vez más delgada, cada vez más débil.

En una de tantas crisis mi prima le contó la verdad; mi Tita no se echó a morir sino que se mantuvo firme, valienta y con gran fe en Dios, como siempre se había caracterizado.

Poco a poco la íbamos perdiendo, ya no podía levantarse por mucho tiempo de la cama, pero siempre conversaba. Un día, viendo como la ayudaban a acomodarse se me vinieron unas lágrimas… ella se volvió muy seria y me dijo: “no llore, no tiene porque llorar, respire profundo si quiere, pero no llore”. Solo la vi con ojos grandes y asombrados. Entendí en ese momento que ya habría mucho tiempo después para llorar, pero ahora ella me necesitaba fuerte y tranquila para poder ayudarla.

Las semanas que siguieron fueron las más duras, pero cada vez que el llanto me quería invadir recordaba que Tita me había pedido que no llorara. En mi aparente calma pude ser el mástil que sostuvo a mi madre para no caer en la desesperación, pude dar consuelo a mi hermana y a mis parientes más cercanos, quienes ya estaban desgastados, pues habían cuidado de Tita todo este tiempo.

Una noche después del trabajo pase a verla, cuando llegué estaba dormida, el cuarto estaba a oscuras, solo la alumbraba la luz tenue de la lámpara en la mesita de noche. Se veía tan en paz… tan tranquila….

Después de ese día todo fue cuesta abajo…

Una noche mí tío llamo para decir que estaba mal de nuevo, que llegáramos lo más pronto posible. De nuevo cogimos el carro como alma que lleva el diablo, en instantes llegamos, salté del carro de primera y subí las gradas presurosa… paré al ver que mi tía salía a recibirnos llorando. Me quedé paralizada. Lo cierto es que cuando tío llamo ya Tita había fallecido, pero como sabía que éramos un peligro al volante no nos quiso decir…

Tita falleció el 4 de marzo del 2008, a la edad de 84 años, en su cama, en paz, rodeada de su familia, como siempre lo deseo.

Hasta el último de sus días pudo bañarse solita, con solo un poquito de ayuda¸ ese era su mayor temor: “no quiero llegar a estar tan inútil que hasta tengan que bañarme” dijo durante toda su vida.

Durante la vela y en el entierro muchos familiares me pidieron que la viera para que me despidiera de ella. No lo hice, porque para mí ella sigue durmiendo en su cuarto con la luz apagada, solo alumbrada por la luz tenue de la lámpara de noche… al menos así quiero recordarla.

Aunque ya no está la sigo amando con todo mi corazón, y aunque han pasado tres años sigo llorando siempre que puedo…. Lloro aún escribiendo esto… pero no lloro con pesar porque sé que en vida le di todo lo que estuvo a mi alcance: mi amor, mi besos y mis abrazos, mi tiempo… y todos los otros accesorios que el dinero puede comprar.

Solo lloro porque la extraño, extraños sus historias, sus consejos, sus regalos…. Y extraño la sensación de que todo va a estar bien… nunca más volví a sentir.